miércoles, 23 de junio de 2010

LA SOLUCIÓN PARA EL PROBLEMA DE LAS VOCACIONES



La solución definitiva para el problema de las vocaciones
A las 9:29 PM, por Bruno
Categorías : Iglesia en el mundo, Nueva Evangelización, Humor, Desde los bancos

Un sacerdote norteamericano llamado Andrew Greeley ha tenido una idea genial y revolucionaria para solucionar la falta de vocaciones al sacerdocio. Y no se trata de una simple intuición, sino del resultado de una “investigación sociológica sobre el sacerdocio durante más de treinta años”. Ya esto resulta admirable. No le bastó decir “soy sacerdote y tengo una idea bastante precisa de lo que es el sacerdocio, por no hablar de lo que dicen la Teología y la doctrina de la Iglesia sobre el tema”. No, reconoció que quien debe decirnos lo que es el sacerdocio es una ciencia exacta y matemática como es la sociología y dedicó tres décadas a investigar la cuestión sociológicamente.

¿En qué consiste su idea? Muy sencillo. Lo que ha hecho ha sido analizar en primer lugar cuál es el verdadero problema que explica la falta de vocaciones. ¿La falta de fe? No. ¿El secularismo y el consumismo? No. ¿Quizá la hipersexualización de nuestra sociedad? No. ¿La incapacidad o dejación de los padres en la transmisión de la fe a los hijos? No. Mucho más fácil que todo eso. Lo teníamos delante de nuestros ojos y no nos habíamos dado cuenta. El problema está en que ser cura es “para toda la vida” y eso es mucho tiempo.

“Para siempre” dura mucho más ahora que antiguamente. En generaciones pasadas, la edad media de un sacerdote en el momento de su muerte era mucho más baja que hoy en día. Actualmente, la mayoría de nosotros llegamos a nuestras bodas de oro. La iglesia (sic) no se ha adaptado a la revolución demográfica y a su impacto sobre el matrimonio y el sacerdocio. Ya es hora de que lo haga.

Teniendo en cuenta lo larga que es la vida actualmente, parece totalmente irracional exigir que alguien pueda mantener un compromiso durante todos los años que pase en esta tierra. Este sacerdote propone, pues, ordenar sacerdotes que lo sean durante unos años solamente, para luego, satisfecha ya la conciencia y con el deber cumplido, dedicarse a sus cosas:

Se invitaría a los jóvenes a un servicio activo en el sacerdocio durante un periodo de tiempo de, digamos, cinco años. Después, se les daría la oportunidad de reengancharse, como dicen los militares.

Por supuesto, esto implica ciertos problemillas con el celibato, pero algo tan tonto como eso no debería constituir un obstáculo para una gran idea:

Aceptando, a los efectos de la discusión, que la promesa del celibato para toda la vida es el obstáculo para que los jóvenes sigan el celibato, esta propuesta invitaría a los hombres a un celibato durante un tiempo limitado.

Y no crean que con esto se quiere atacar al celibato. Nada de eso. De hecho, sus estudios muestran que el celibato “no interfiere con la felicidad para la mayoría de los sacerdotes y podría contribuir a ella”. Simplemente se constata un “hecho”: “la esperanza de vida es mucho más larga de lo que solía ser y, si no se modifica de algún modo, el celibato está condenado a desaparecer”. Es una buena idea o, cuando menos, efectiva. Si el P. Greeley fuese español en lugar de norteamericano, probablemente la habría expresado utilizando el refranero: muerto el perro, se acabó la rabia.

Como es lógico, el bueno de Don Andrés probablemente habría preferido guardarse esta idea para sí mismo. Amargas experiencias en el jardín de infancia le enseñaron a no decir en voz alta lo primero que se le pasaba por la cabeza, especialmente si tenía que ver con el parecido entre una calabaza y la cabeza de alguno de sus compañeros más altos y más fuertes. Sin embargo, movido probablemente por la famosa frase de los apócrifos “cuando tengáis una idea, sobre todo si es la única, proclamadla desde los tejados”, ha expuesto en público sus teorías repetidas veces. Parece ser que, en ocasiones anteriores, buenas gentes con una paciencia muy superior a la media le explicaron ya, supongo que con palabras sencillas, que el sacramento del sacerdocio imprime carácter. Es decir, que el sacerdocio es para siempre. Sin embargo, algo así no convence a nuestro infatigable sacerdote, que responde:

Pero un sacerdote ordenado es un sacerdote para siempre, dicen los obispos de carrerilla cuando descartan mi sugerencia como una idea estúpida. Y así es, pero esta identidad permanente como sacerdote no exige que preste activamente sus servicios en el sacerdocio durante toda su vida.

Para ilustrar esto, pone el estupendo ejemplo de los sacerdotes que han abandonado el sacerdocio. ¿Y por qué razones puede abandonar su ministerio un sacerdote? No por tonterías, sino por causas tan relevantes como que “sus parroquianos le ponen los nervios de punta, no puede soportar a los adolescentes, los otros sacerdotes le provocan una depresión crónica, quiere comenzar su propia familia, el trabajo es agobiante, está aburrido y se estremece al pensar que estará haciendo lo mismo durante el próximo medio siglo, ha tenido tres obispos, los tres han sido unos necios y ya no puede aguantar más necedades, está exhausto, quemado, cansadísimo”. Y, cuando uno lee algo así, no puede sino estar de acuerdo en que esos pobres sacerdotes deben dejar inmediatamente el sacerdocio para emprender una nueva vida de casados en la que ya nunca tendrán colegas molestos, ni trabajos agobiantes, ni aburrimiento, ni jefes estúpidos, ni tampoco cansancio y, sobre todo, en la que nunca más tendrán que tratar con adolescentes. Buena suerte, porque la van a necesitar.

En fin, sólo me queda reconocer que este artículo me ha abierto los ojos con respecto al problema de las vocaciones sacerdotales. Ya no tengo ninguna duda sobre el tema. El mayor obstáculo para que los jóvenes se sientan atraídos por el sacerdocio es la falta de sacerdotes santos, encantados de seguir a Cristo y que amen a la Iglesia, contentos con su ministerio, que vivan el celibato como una gracia y que sepan lo que es realmente el sacerdocio, sin confundirlo con una profesión a tiempo parcial, una carrera o una afición. Cuando tenemos esos pastores, aunque sean pocos, antes o después los seminarios se quedan pequeños para acoger a todos los aspirantes. Y la experiencia de muchas diócesis lo confirma. Por voluntad de Dios, el sacerdocio, como el cristianismo, se transmite por contagio.

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