martes, 17 de agosto de 2010

CARTAS DE UN DIABLO A SU TÍO


Lupus me envío esta carta, escrita por un diablillo a su tío diablo.
La respuesta llegará en un par de días.

Mi apetecible tío
He recibido tu misiva, mediante la cual pones ante mí, sin ninguna clase de eufemismos, el juicio que te han merecido mis últimas actuaciones en esta esfera. Colijo que aguardas ahora un informe más extenso de mi parte para presentar ante la sede de nuestro Señor. Es lo que haré, y éste es el comienzo del mismo.
Lejos estoy de oponerme a una perspicacia tan antigua como la tuya, pero debo pedirte que en esta ocasión sofrenes tu rabia y prestes la debida atención a mi respuesta, a fin de que a ambos nos sea propicia tu embajada ante la Suma Oscuridad.
Aunque comprendo tu urgencia, debes saber que mi labor en medio de estas asquerosas criaturas ha sido tan, pero tan minuciosa, que sólo a costa de graves daños podrán salir de las emboscadas futuras que les he preparado, si es que salen. Marchas y reuniones, psss... Hemos soportado a sus apóstoles, sus apologistas, sus ermitaños, sus monjes, sus conversos, sus reyes, emperadores, cruzados, artistas, filosófos, poetas, teólogos, sus odiosos mártires y santos, todas esas nefastas sucesiones de hombrecitos y mujerzuelas que sorprendieron nuestro negocio y trataron hasta con la sangre de desbaratarlo. ¿Voy a temblar ahora por unos cuantos miles enarbolando banderines y carpetas?
Con todo respeto, mi delicioso tío, llevas tanto tiempo practicando tu capitanía de balcón que ya no adviertes, al otear las distancias, los millones de matices que puedo manipular cuando estos seres se amontonan nada más que para soltar algunos gritos. Me divierto mucho cuando se exponen a ese amasijo de emociones: es fácil acariciar la epidermis de la turba, explotar sus sensaciones, desplazar y hacer tambalear la base de sus afectos. Luego (tendrías que verlo), en el apuro por recuperar el control, se refugian en los formalismos, fingiendo cordialidad. Cuando menos, es una ocasión apropiada para que empiecen a perder de vista las causas mayores.
Tantos vericuetos, viejos y nuevos, tiene el alma humana... Ignoras el volumen de mi experiencia. Debo confesarte algo: a veces los toco con el único propósito de aprender. ¡Cómo disfruto! No te sorprendas: si bien yo no cambio, la realidad de estas bestias sí, y muy rápidamente. Por eso permanezco cerca y vigilante. Todo lo observo, todo lo aprovecho. Con los Ritos de Consumación nos fue inculcado que muchas veces basta con empujarlos en una determinada dirección, que después ellos siguen solos. ¿Lo has olvidado tú, mi sabrosísimo pariente?... Llevo una inmensidad de días terrestres tentando sus miserables almas, y con tantas argucias como las que observé en estas curiosas entidades, tú y yo deberíamos retirarnos a un aposento íntimo durante un largo ciclo cósmico para que recién empieces a saber de qué te hablo. Has perdido finesse, sutileza. Mi especialidad, en cambio, es sazonar cada bocado.
Atinadamente señalas una cuestión específica pero no alcanzas a ver los frutos de mi labor en ese sentido. Dices que el Innombrable les prometió estar presente cuando se junten en su nombre, y es cierto, eso es lo que creen. ¿Sabes qué hago yo? Dejo que lo nombren. Así de simple es mi renovadora idea, y la estoy llevando adelante con una firmeza de la que tú pareces carecer. Que lo nombren, que se pongan cruces, que bailen y canten, que hagan manifestaciones, lo que quieran. Cuanto más los saco de sus templos y sus inmundas capillas, mejor. Allí no sé qué hacen, mi única información es lo que escucho. Pero acá son ingenuos y vanidosos; rápidamente se ven atraídos por todos los cebos que les pongo. De este lado están satisfechos y aturdidos. Y solos. Mi objetivo se cumple: que pongan adentro lo que obtienen afuera, nunca al revés. Cuando se aplica la misma modalidad en sus roñosas guaridas familiares, el rédito es excelente.
Eso que me cuentas de los peones del ultramundo vomitando por la mención del nazareno y de su madre es un precio que debemos pagar. Yo llevo eones trabajando en este despreciable lugar como para que me afecten las debilidades de tu apoltronada soldadesca. Piénsalo así: ¿qué zona o sector importante del mundo perdió nuestro Reino últimamente como para que nos importunen dos o más reunidos del modo que les aconsejaron? Está a la vista que ellos mismos vaciaron sus signos. Reconozco que algunas criaturitas permanecen atentas a este tipo de cosas, e incluso estoy un poco preocupado por ese horrible viejo de pelo blanco... pone un fuerte empeño en recuperar los significados, ¡a la edad que tiene! Pero ya me estoy ocupando de él, como sabrás. Cumplo con mi responsabilidad. En cambio tú no dejas de mostrarte irritado y obtuso. No estoy seguro de que me entiendas: a mí ni siquiera me disgustan las cruces, hasta tengo algunas decorando las paredes de mi actual mansión. Como objetos, no dejan de inspirarme.
Fíjate en esto, irascible tío: hay quienes lo nombran a Ése para ponderar “males menores” y otros que recomiendan ser más disimulados para no “mancharlo”, o para ser más “vivos” que nosotros y nuestros asociados. ¡Mira tú esa astucia! ¿Supones que yo intervengo allí? Siempre quedan en evidencia las razones ocultas de sus corazones. Ellos creen que todavía pueden entenderse con el mundo. ¿Dime tú cómo harán, si hace rato les quité la posibilidad de gobernarlo? El trabajo que resta ahora no es mucho. Se las apañan, sin ayuda de mi parte, para contradecirse y confrontar por trivialidades, descuidando las cosas importantes. Parece un disparate, pero debes creerme: les interesa ser geniales y que los aplaudan. Les agrada reunirse, hablar y parecer. Son legalistas, aborregados, jactanciosos, “civilizados”. (Eso de la civilización es algo que me dediqué a cultivar: fue de gran utilidad para abolir sus hediondas tradiciones.) Si escucharan un disparo, no quedaría una boca abierta en la cercanía. No es necesario aún, y hago todo lo posible para que no llegue a serlo. No me importa que mueran como ratas –llevo una cuenta precisa de las despedidas que quedan a mi cargo–, pero esa posibilidad la tengo asegurada en manos de una exquisito elenco de mascotas a nuestro servicio, asesinos, traficantes, delincuentes, lujuriosos, drogones, etc. Mientras la servidumbre del Infame siga llamando “combate” al toma y daca mental de corto alcance, no tenemos de qué preocuparnos. Nada de lo que hacen es un obstáculo para que nosotros sigamos adhiriendo gobiernos y perforando a la masa.
Haz bien tus cálculos, tío mío: ¿cuántas hojas quedan cerca del árbol cuando golpea el vendaval? Eso es lo que significan estos entes para mí: hojitas crujientes en manos de los elementos (sobre los cuales, te comento, ejerzo cada vez mayor control). Lo cierto es que el viento de esta época está formado en gran parte por sus propias palabras. Ellos mismos se dispersan, yo soplo muy de vez en cuando. Que hablen, que se exalten, que tengan sus cinco minutos de gloria, que practiquen olas y loas por el testimonio que dieron. ¿A mí qué? Los tengo bajo rienda floja, arrobados por esa melopea. ¿Qué pueden contra mí esos perritos del galileo? ¿En qué dañan mi imperio sobre este zoológico?
Distintas eran, claro, aquellas bestias que se plantaban con los dientes cerrados y no dudaban en poner cuerpo, alma, bienestar, fama, prestigio, cuando Ése los soliviantaba. Nunca entendí cómo lograba esas cosas... Todavía aparecen, aquí y allá, esa clase de insolentes animales religiosos. Es más: no desconozco que cuando se juntan en torno al Inicuo Prosélito, para el fin que sea, están más cerca de aquellos arrebatos antiguos y estúpidos, que habré de aplastar. Pero estoy tranquilo, pues hace mucho que no hacen más que juntarse para contar cuántos son. Les interesa demasiado lo que se diga de ellos y sentirse bien... ¡Son tan presumidos! Con ver sus propios nombres escritos por otros entran en éxtasis. Un par de elogios y ya se consideran “héroes”, “cruzados”. Yo sumo mi aplauso. Descansadamente engroso mi piara día a día.
Tu información es imprecisa: el sector B-1, que los nativos dieron en llamar Argentina, poco trabajo me da. Sigue en manos de una yunta verdaderamente endiablada, un hallazgo, unos aprendices humanoides de primer nivel. Los postulo desde ya como domésticos de Cerbero. Es cierto que hubo momentos en los que me vi obligado a extremar recaudos ahí, ¿recuerdas? De vez en cuando aparecían algunos bípedos... la calaña de pensadores, guerreros, curas, poetas que trataban de empujar a los demás para el lado del Innombrable. Me dieron trabajo esos episodios, lo admito, pero dime tú si fallé en mi tarea: ¿cuántos son los que recuerdan esas voces pestíferas? Es uno de los órganos que manipulo a mi antojo: la memoria. Generación por generación, los fui secando como esponja al sol.
Aguardo tu reconocimiento, después de tus reproches. ¿No crees que hacerles ignorar la herencia dio mejores resultados que combatirla, difamarla o arrebatarla? Ahí está, inútil y olvidada, su maldita herencia. Una y otra vez tuve que volver al trabajo, hasta que terminé de desgarrar lo que trajeron aquellos ridículos barquitos. Les inyecté devociones lacrimógenas sobre supuestos ancestros salvajes, los convertí a la religión del voto, los domestiqué en la libertad cómoda de cualquier tipo, religiosa, política, moral. Valió la pena. ¿Cuánto crees que me llevó legalizar el vínculo de los invertidos y ganarme a varios de sus clérigos para mi causa? Sin que lo sepan, claro, porque declaran nuestra inexistencia. Es lo que te digo: todo lo absorbo.
Mis anteriores experiencias en los demás sectores de este globo repugnante quedaron debidamente anotadas. Fue muy larga la lucha contra los insolentes que se mofaban de las derrotas y seguían resistiendo. Los vencíamos hasta con dolor y estrépito, igual que a su nefasto Comandante... ¡mostraban la misma convicción que en la victoria! Me llevó muchos siglos terrestres atenuar su recuerdo. Eso fue lo peor, y sólo recientemente pude lograrlo casi por completo, haciendo que nuestros asociados reescriban la historia y conviertan sus andanzas en leyenda negra. Pido a Nuestro Padre –todos los días terrestres hago azufrar sus altares– que estas criaturitas ostentosas no recuperen nunca más aquella gravedad de los que se llamaban como su jefe para crucificarse como él, y cuanto más lo nombraban, más se crucificaban... ¡Qué obsesión, por Satán! Los cerdos desdeñaban al mundo, desconfiaban de sus placeres, eran más consistentes, sabían de nosotros, se nos resistían. No abandonaban la manía de ordenarse de modo simple y de mantener atado al cosmos ese orden suyo elemental e inferior. ¡Qué frenesí me sacudía, qué ganas de aplastarlos como insectos cuando los veía felices y pagados de sí con sus casitas, sus labores, sus amistades, sus amores duraderos y repugnantes, sus crías y sus tugurios religiosos impenetrables para mí! ¡Cómo odiaba sus fiestas, sus silencios, sus campanas, sus risas!
¿Dices que Nuestro Padre creó el correo electrónico? Mira tú, yo pensé que había sido uno de esos técnicos abstraídos culo de botella... No me vengas con ésas, conozco tus apremios. Dijiste lo mismo cuando el herrero germano inventó la máquina para trazar voces sobre múltiples papeles. Buen uso dimos de ella, pero siempre nos aventajaban. Son herramientas, no trates de confundirme. Las seguiré empleando, claro, y si bien es cierto que en esta ocasión los insectos se pusieron muy cerca de mi territorio, eso mismo acarrea sus riesgos para mí, pues cuando logran salir de su fatiga y son capaces de darle sentido a lo que piensan, producen cosas peligrosas, se reduce el número de incautos y me sacan ronchas. Para decirlo de otro modo: si bien has decidido hacerme llegar tus vehementes consideraciones con un teclazo súbito, el mismo que utilizaré en breve para despacharte la presente, velozmente nuestro intercambio se hará extensivo a estas bestias, despertándoles viejos temores y poniéndolas tal vez sobre aviso. ¡Mira la utilidad diabólica! Pero eres tú quien dio el primer paso en esta ocasión; yo nada más repito el procedimiento para demostrarle a nuestro Padre que otra vez has abierto tus fauces en forma precipitada.
Sea escribiendo o hablando, lo que me interesa es que estos cerditos mantengan una preocupación constante por la organización. Que colapsen sus ínfimos cerebros armando organigramas, jerarquías, estructuras, fechas y planes. Que no se les vuelva a dar por las proclamas simples y elevadas o por idioteces como la poesía y todo su maldito arte; o peor, por las palabras densas de sus profecías y de los libros capitales de su asquerosa religión, que no termino de calibrar ni entender. Prefiero que se aturullen con toneladas de encuestas, cláusulas, porcentajes y un infierno de objetivos y vanas disyuntivas. La esterilidad queda asegurada cuando acciones y metodologías se extienden como una infinita fila de hormigas. Pues que escriban, ¡que escriban y hablen incansablemente! Es fácil comprobar el resultado: este mismo despacho correrá vertiginosamente hacia atrás y nadie recordará siquiera que alguna vez existió.
En eso estamos completamente de acuerdo, exquisito tío: se ponen solos en apuros, sin mi colaboración. Claro que siempre tendré a mano unos cuantos de los que se ponen a hablar cuando debieran escuchar, o a escribir cuando debieran leer. A esos les abro el escenario. ¡Cómo les gusta oír su propia voz! No son de los nuestros, pero su vanidad siempre me resulta útil. Los demás, bueno, seguirán creyendo que sólo me sirvo de mis secuaces. Que hablen todos a la vez, que se atropellen, que murmuren unos de otros, que las mujeres cotorreen y los solemnes se atraganten, que se consuman en su propia impotencia, que nadie se ría, que se miren de reojo. Querrán salirse de su propia hojarasca y se hundirán en el aserradero de esos vejestorios púrpura con los que se sienten obligados. Ya incitaré yo a esas ovejas a la deriva para que compitan entre ellas a ver cuál es la más blanca.
En cuanto a tu preocupación por eso de la “familia” y la “vida”... Vamos por partes. En principio, los abortados me importan poco y nada. El maldito viejo blanco se dio cuenta de que no se quedan a mitad de camino y ahora todos saben que esas miríadas marchan a la casa del Otro (es una lástima que ninguno de esos bocaditos forme parte de los banquetes de nuestro Reino). Sin embargo, la ganancia no es escasa, pues por cada una de esas muertes yo me gano varias vidas –la comisión que me corresponde, claro– para alfombrar las escalinatas de mi palacio futuro. No la vida de las excrecencias prolijamente extirpadas y mutiladas, que lo único que pierden es su calendario físico, sino la de las bestias productoras, de los técnicos, de los amigos, de los defensores, de los parientes. A mí me importan los que siguen acá, en esos me concentro. Son muchos más que un solo pedacito de carne fresca. Cuya desaparición, como sabrás, si bien representa para mí un placer menor, calma mis ansias de arrasarlo todo.
Que levanten ahora banderas por la familia y el orden natural ha llegado a fastidiarme un poco, pero fui precavido y aproveché todo el tiempo de su larga siesta para fortificar a mis asociados y promocionar una buena selección de idiotas y perversos bajo mi mando. Ahora estos “cruzados” tendrán que librar batallas inútiles en cien frentes distintos. Acostumbrados como están a organizar asambleas, a juntarse para hablar y cosechar papeles, a escandalizarse mil veces por los mismos datos, a dejarse llevar los hombres por emociones propias de mujeres y pretender las mujeres los oficios de los hombres, les robaré también el tiempo futuro. Cuando salgan por las puertas de sus casas a “combatir” en sus reuniones, sus petitorios y sus aglomeraciones, me colaré por sus ventanas, los aplastaré con impuestos y necesidades superfluas, les robaré el descanso, aumentaré la resistencia de los objetos inanimados, les esconderé los catecismos, ensuciaré sus inclinaciones, daré vuelta las páginas de sus diarios.
Mientras, susurraré en los oídos de sus hijos, los congregaré en amistades desgraciadas, les confundiré la vocación, los enfrentaré entre sí, les impondré el tedio, los volveré insensatos, encenderé todas sus pantallas. Combinaré los ritmos más bestiales con arpegios disonantes y les incrustaré ese ruido en el alma; les haré beber de todos los cuencos hasta quemarles la lengua; arrastraré sus yemas en pulsaciones infinitas, les agarrotaré los dedos, haré inútiles sus manos. Perderán el habla y la imaginación. Los cegaré, enloqueceré la brújula de sus mentes, les quebraré los sentidos. Escribiré en los pizarrones, haré prevalecer los números, inventaré dorados mundos aborígenes, confundiré la primera luz con la noche de los tiempos y les dibujaré una danza de simios. Crecerán maltrechos, camuflarán su desazón con distracciones y rellenarán su vacío con sueños materiales. Proclamarán el bien, confundirán los bienes. Patinarán sobre fábulas de amor, oscurecerán el lecho, el temor acechará la ilusión de la prole.
Cercenaré todos los tentáculos de su religión, les tapiaré los caminos, demoleré sus recursos. No tendrán más alternativa que arengarse entre ellos, confeccionar libros de fotos y navegar por multitud de reuniones para convencer a un par de viejas. A los que hayan colaborado con nuestro enemigo acérrimo en algo, por mínimo que fuera, los despacharé tras su muerte a la desmemoria colectiva: obras y vidas quedarán reducidas al círculo exangüe de las babosas íntimas. Caminaré al lado de sus sacerdotes por las veredas, los entrenaré como directores espirituales, les soplaré sentimientos de paz, de concordia mundana, de liberación de las angustias. Limaré todas las diferencias, las acostaré. Lloverán sobre sus parroquias colores y canciones como chillidos, preocupaciones vanas, recetas morales, cálculos partidarios. Quemaré sus lámparas. Comerán con las manos.
Recorrerán cuadras, ciudades, océanos, para dar testimonio de sus creencias, sintiéndose siempre ajenos en su propio lugar. Concebirán cada batalla como si fuera la guerra, perderán la visión general. Les costará recordar el principio, el final y los motivos de cada paso que den. Escaparán de la luna y los acosaré bajo el sol. En ninguna encrucijada sabrán quién puso ahí ese otro camino atravesado y volverán a gastar su tiempo discutiendo cuál es el correcto. Exhaustos, dejarán de asistir a las reuniones pro-familia por problemas familiares. Se desalentarán, se desesperarán, se acusarán. El único descanso que les permitiré será el de la negociación. Y si logran reponerse los volveré a zamarrear hasta agobiarlos. ¡Les voy a sorber el jugo, los voy a secar!
Para algunos dispondré una estéril soberbia erudita y los llevaré a adorar los medios de la adoración. Para otros perfeccionaré ¡ya lo verás! caminos blandos hacia una religión destartalada. Se repelirán entre sí, no sabrán dónde es arriba y dónde es abajo, cuál la izquierda o la derecha, y es una de mis jugadas predilectas, cuando los sensibles repugnan a los toscos y los fuertes ahuyentan a los débiles. Pero ni aún así daré el golpe fatal: les pondré oasis dispersos y los ayudaré a llegar. Unos por aquí y otros por allá, cada uno en su charco, creerán que el camino fue muy duro y que se merecieron el paraíso. Sedientos y envanecidos, ya no querrán ver el desierto interminable que les construí alrededor, como homenaje a la incompleta tarea de nuestro Padre. Los abandonaré a su ensoñación y olvidarán que a este mundo lo hice mío.
Sus oficinas centrales ya están en manos de mis asociados y colaboradores. Todas, hasta la última. También me pertenece el diseño general de sus ridículos hormigueros encimados. El modelo entero de este mundo es un tapiz que fui tejiendo con guantes de acero o terciopelo a lo largo de todas sus edades. Ellos mueren y desaparecen, yo me quedo. No me canso, continúo mi obra cuando retozan y cuando duermen. Mi poder es inimaginable para ellos, y cuento con que lo ignoran o lo desmerecen, igual que abajan a su propia medida el poder de su infame Capitán. Muy pocos son los que perciben o se atreven a recorrer los angostos caminos que les quedan para vivir y respirar. Esas zonas que no logro penetrar son un dilema para mí, lo reconozco, y a veces se extiende hasta sus roñosas taperas individuales el brillo cegador de los fuegos que he prohibido, pero a todos los tengo bajo asedio, cercados con indestructible hierro carmesí, y la vigilancia de mis tropas no cesa. Nunca.
¡Y tú, viejo fatuo, te atreves a llamarme demonio bobo! Te has vuelto un cortesano obseso y corto de miras. Pero te encomiendo a la Suprema Oscuridad, envidiable Escrutopo, para que la penumbra y la pasividad no te impidan comprender la estrategia de mi guerra y mi apetito. Lo que yo me propongo es que la vida terrestre se mantenga en estas condiciones. Deseo establecer acá un imperio duradero, para provecho de nuestra Casa. ¡Estoy dispuesto incluso a ayudarlos para que regulen sus crímenes, sus matanzas, sus abortos, a fin de conservar en este frigorífico una cantidad sustentable de reses!
Con esa motivación, y dando por descontado que ya logré disuadirte de tu crítica pueril, me parece conveniente ahora, en el final del informe, extender este punto en particular hacia otro tema.
Desde que el Ladrón se coló en esta órbita, los peores de nuestros enemigos insisten en un hecho futuro cuyas vicisitudes y consecuencias desearía debatir contigo. ¿Qué hay de cierto en eso de que nuestro Rey Magnífico ya está amasándose un Hijo terreno para que gobierne esta esfera en Su Nombre? Si es así, te sugiero que aproveches tu lugar en la corte y le aconsejes que demore su proyecto. Pues dicen estos malditos que cuando venga el Hijo de Nuestro Señor vendrá también, detrás de Él, el ignominioso Carpintero a tratar de fastidiarnos nuevamente. Te invito entonces, apetitoso tío, a que pensemos alguna otra alternativa para presentar ante el Trono de la Oscuridad. ¿Qué podemos perder?
Así como están las cosas en este chiquero, puedo manejarlo sin sobresaltos. Pero si estas bestias deciden volver a sostener sus vidas en esa esperanza imbécil del fin y del retorno, las cosas cambiarán para mí. Para nosotros. Si ellos vuelven a concebir cada derrota como un paso más hacia la victoria, nosotros tal vez nos acercaremos a una última victoria pasajera y, a la vez, a una derrota fulminante. Eso es lo que decían antes y es lo que se escucha otra vez. No importa que no sea cierto: si vuelven a creer en eso, nosotros tendremos que volver a combatir. Si escapan al ensimismamiento, si se ponen por encima de la vanagloria, si pierden interés por lo que les resulte en el mundo, si se sacuden la acedia, deberemos armar y organizar nuestras milicias para la batalla. Se acabó la holganza.
Lo último que necesitamos es que estas apestosas criaturas se despabilen y se mantengan en vela, que carguen nuevamente sus signos de pestilente contenido, que comiencen a limpiar sus templos y a purificar sus estúpidas ceremonias, que invoquen con fe el odiado nombre, que la fe les devuelva un fervor más sólido y austero, que aprendan a respetarse, a superar sus ridículas divisiones (un buen eón de desvelos me llevó esta tarea), que recuperen inteligencia y se hagan más resistentes. ¡Cuánto terreno perdido si, encima, comienzan a disminuir sus apetitos, celos y ansiedades, y aumenta su confianza en la fingida corona de Ésa que incubó al nazareno!... Llevas razón en este punto, aunque olvidas mencionar algo: también la hebrea permanece fuera de nuestra vista. No podemos saber cómo y cuándo se les acerca para cooperar con ellos. Tampoco me queda claro de qué poder se cree investida, pero a mis oídos llegó el rumor de que nuestros viejos camaradas le obedecen, y por lo que recuerdo de Mikael, traidor entre traidores... No es fácil lo que nos espera si todo esto se da vuelta.
Mi muy observante tío Escrutopo, por quien siempre se me hace agua la boca, te insto a que apliques toda tu labia para convencer a nuestro Fastuoso Señor de lo conveniente que resulta avanzar sobre estas odiosas criaturas con una economía de perdición más regulada. Frenemos nuestro entusiasmo, dejemos dormir a sus sapitos en las cunas. Por las dudas. Gobernar más o menos civilizadamente nos está dando buenos resultados.
Si logras permanecer a solas con el Excelso durante un rato, saca a relucir esa obsequiosidad que te caracteriza y pregúntale si consideró la posibilidad de que redoblemos nuestro esfuerzo para que esta prosaica vida humana se alargue eternamente. Este informe puede servir a tu argumentación, suponiendo que has logrado calcular la abundancia de la cosecha. Pero no digas más. Ni le menciones la leyenda del retorno del Usurpador, porque la masa de su odio desbordaría las paredes de nuestras ciudades y fortalezas y quedaríamos todos expuestos. Haz lo que te pido, o harás más sabrosa mi venganza cuando nos reencontremos.
Espero hayas comprendido que no es necesario inquietarse por los encuentros de las criaturas del sector B-1, ni debes por eso abandonar tu mirador. Tomaré de mi servidumbre un par de esbirros para que cumplan allí alguna ronda de guardia. Por las dudas.
Tu sobrino Orugario

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